La mañana siguiente, que realmente se parece más a un mediodía, se hipotetiza largamente sobre la procedencia de aquél hombre, malamente tumbado en el sofá de la casa de Cristo e Iria, donde la noche anterior durmieron amigos y amigos de. Disueltos los que extrañando su cama abandonan la casa abriéndose paso entre legañas, preguntados los pocos que quedan respondiendo con coreografía de alzamiento de hombros, el aún no conocido okupa de la horizontalidad tapizada comienza a molestar. Ante esto se deciden aplicar las clásicas tácticas de asedio a sumergida consciencia: test de monosílabos, meneo de hombro, bofetaditas espabilantes, preguntas unidireccionales, colocación vertical del tronco, monólogo en busca de diálogo, pellizco en carne plomiza… Nada. El periscopio del incordiante submarino no logra ver más que negrura en la profundidad del subacuáticoconsciente, sueño imperturbable y en pesadísima calma. Sin saber qué hacer con éste náufrago, que se empeña en hacer de bote salvasueños el sofá, se decide integrarlo en el mobiliario del salón, plegando sus piernas para ganar espacio, sacudiendo de cuando en cuando la ceniza que cae de despreocupados cigarros. […]