[…] Me pregunto dónde habrán quedado los de valiente palabra. Los que hacen de su lengua extremidad de un espíritu franco. Aquellos cuyas palabras les definen y sus actos les corroboran. Me retóricamente pregunto, porque animales de humano pelaje ya hay suficientes, y de los que sin palabra les queda únicamente el más rebaño instinto bastantes tenemos, dónde se fueron los humanamente humanos, aquellos cuya palabra es aliento. Se me ocurre… sí, que se hayan retirado a lugares más fértiles para argumentos audaces, donde la ferocidad de la mala cobardía hierba aún no haya crecido. Y si ahí están hasta ahí tendremos que ir a por ellos. Para pedirles que vuelvan y alcemos juntos los sentires, para prevenir de que sin palabra no hay eco, ni el que nos habla de la rugosidad de nuestras paredes interiores, ni el que nos dice cómo suena nuestra voz en paisajes limítrofes. Sólo ellos saben que sin palabra no hay reflexión, en espejos que nos devuelven luces de otros prismas. […]